miércoles, 8 de febrero de 2012

Frank Miller: El caballero de la noche regresa



Introducción:

Éramos unos don nadie.

A principios de los años 50, un psiquiatra pop escribió un libro muy malo que traumatizó a mi querido arte durante toda una generación.

El trauma fue totalmente comprensible. El abominable libro del loquero y los igualmente malos artículos para revistas relacionados con el tema predicaban sobre el miedo de los padres hacia sus propios hijos, inspirando una protesta popular que acabó llegando al Congreso. Las audiencias fueron inconcluyentes, pero pese a todo el gobierno americano levantó la fusta de la censura. Los cómics fueron etiquetados como la causa principal de la ''delincuencia juvenil'', y las editoriales, que temían por su supervivencia, se apresuraron a evitar cualquier contendio de cualquier clase que pudiera ofender a cualquiera en cualquier parte.

Si todo esto parece anticuado o increíblemente estraño, no lo es. Cada generación de padres siente terror cuando su pequeño Jhonny, de 14 años, con la sangre hirviéndole en una repentina y salvaje oleada de hormonas, se vuelve malhumorado. Observen cuántos ''amantes de la libertad'' de la generación baby boom se obsesionan con el sexo, la violencia televisiva y los videojuegos. La libertad de expresión es un oasis, tan frágil y breve como los períodos de entreguerras. La naturaleza humana es inalterable.

Ni siquiera vale la pena decir el nombre del loquero sabelotodo ni de su auténtica porquería de libro. Hace tiempo que el mundo los olvidó a ambos.

Sin embargo, en el pequeño mundo de los cómics, el libro amenazaba como un Cíclope. O como Galactus. Las ventas bajaban sin cesar. Durante un tiempo, los dibujantes ni siquiera admitían cuál era su profesión. Al menos no según qué círculos.

Dios sabe que no podíamos hablar de política.

Éramos unos don nadie.

Parecíamos muertos.

Si la naturaleza humana es inebitalbe, el espíritu creativo es igualmente indomable. Durante ese sueño febril que llamamos los años 60, pioneros como Robert Crumb, Richard Corben, Phil Seuling, Denis Kitchen y muchas otras almas valientes llevaron de nuevo el cómic a las calles y los barrios bajos, donde pertenecían. Una explosión creativa y una revolución en el arte de la distribución lo cambiaron todo. Y saltó la liebre.

Pero estas cosas llevan su tiempo. Las viejas costumbres tardan en desaparecer. Cuando inicié mi carrera, Aquel Abominable Libro aún proyectaba su larga sombra. A los pacientes les costó muchos años hacerse con el control del psiquiátrico.

Empezaron a aparecer cómics de todos los estilos publicados de forma independiente. El mundo de los superhéroes se removió hasta los cimentos, y de ese modo resucitó. Los veteranos Steve Ditko, Neal Adams y Denny O'neil, entre otros, metieron a esos chicos y chicas en malla dentro de los escandalosos debates políticos de principios de los años 70.

Se habían redescubierto una tradición. Igual que en 1940 Superman cogía por el cuello a Tojo y Hitler mientras el Capitán América le daba un puñetazo en la cara al Fuhrer, ahora nuevos personajes como Halcón, Paloma y los viejos guerreros Green Lantern, Green Arrow y Spiderman se metían en complicadas discuciones abierta y claramente políticas, lanzando puñetazos a diestro y siniestro.

Magneto, el villano de los X-Men, se reveló como un superviviente del Holocausto. Neal Adams llevó la mugre urbana a las calles de Gotham City e hizo que Batman pareciera espeluznante de nuevo. Howard el Pato anadeó del sarcasmo social a la parodia cultural. Cosa del Pantano se transformó en un Golem medioambiental. Como la Rita Hayworth de Gilda, la belleza fue desprendiéndose lenta y burlonamente de sus largos guantes.

Despúes llegaron los años 80, conocidos como la Era Reagan. Era una época salvaje para estar al tanto de las noticias y dibujar cómics. Una época de graves amenazas, poderosas fuerzas y sucesos mediáticos totalmente absurdos. La violencia callejera se disparó. Y lo mismo hizo la comedia. Fueron tiempos tormentosos y amragos, pero divertidísimos.

Y la televisión enseñó que podía llegar a ser una época muy tonta. Al menos de momento.

A mí, ávido lector de periódicos, me llamaron la atención dos cosas. Primero, el mundo se había vuelto loco. No dejaba de pensar: ''¡No puden invertar esas cosas!". Segundo, todos los periódicos, excepto el viejo Gray Old Lady de Nueva York, sacaban tíras cómicas diarias que, sin trivializar lo que estaba pasando, enseñaban que el ingenio, el lápiz y el papel podían llegar a ser muy poderosos.

El regreso del caballero oscuro es, por supuesto, una historia de Batman. Lo que yo buscaba era usar el mundo criminal que me rodeaba para retratar un mundo que necesitaba un obsesivo, hercúleo y casi maníaco genio para poner orden. Pero esa era solo una parte del trabajo. Guardé mi veneno más asqueroso, para el Joker o para Two Face, sino para las sosas y complacientes cabezas parlantes que escribían penosas crónicas sobre los enormes conflictos de la época. ¿Qué harían esas personitas si los gigantes invaden la Tierra?. ¿Cómo mirarían a un poderoso, exigente e impenitente héroe? ¿O a un villano cuya alma es tan negra como la muerte?.

Pasaron 15 años. Lo descubrí.

Estaba escribiendo El contraataque del caballero oscuro cuando las Torres Gemelas cayeron y miles de mis vecinos fueron asesinados.

Había planeado escribir un libro como una celebración del superhéroe, un jugeteo cariñoso con los iconos de mi infancia, aderezados, por supuesto, con una parodia de cómo Internet había rebajado el nivel del discuro público más allá de las profundidades de la televisión. Tenía que hablar de esa Ciber-Torre de Babel.

Pero, ante todo, era una historia de Batman, la historia de un superhéroe. Y al escribirla y dibujarla, sin saber lo que estaba por venir, ya había hecho que Batman hiciera estrellar su Batmóvil contra un rascacielos, y había metido a un robot gigante en el centro de Metrópolis.

Entonces llego el 11-S. De ahí el brusco cambio en el tono, hacia lo apocalíptico, justo a mitad de la historia. Puesto que los medios de comunicación son un tema recurrente en las series del Caballero Oscuro, quería que la transición fuera discordante y cruda.

Quría que los impecables héroes y sus lectores probasen el horrible polvo calcáreo que llenó los pulmones de todos los neoyorquinos durante meses.

Pero nunca olvidé cuál es mi trabajo. Los héroes hacen lo que tienen que hacer: Perseveran, o mueren en el intento.

¿Y los medios de comunicación?

Bueno, digamos que ya hemos oído bastante sobre Paris Hilton.


Frank Miller

New York City 2006

Fuente: Libro ''El caballero de la noche regresa'' De Planeta DeAgostini